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lunes, noviembre 17th, 2008 | Author:

Nos metimos dentro del caserón. Era impresionante por dentro. Era enorme. Al entrar se veía la escalera, para acceder a las dos plantas que teníamos sobre nosotras. A la tercera planta, que era el ático, se accedía desde la segunda, por otra escalerita que había. Una casa muy antigua, hecha completamente de piedra y madera. Había unos ventanales gigantes de madera, pintados de verde. El suelo también era de madera, pero estaba muy machacada. Se veía que llevaba más de dos décadas sin arreglar. Las paredes eran de piedra lisa y pulida. En la planta baja, se encontraba el salón que era inmenso. Estaba amueblado con cosas viejas y antiguas. Lo único que había de nuestro tiempo, era una televisión panorámica de cuarenta y ocho pulgadas, y una torre alta que era el equipo de música. Había unos cortinones en esos ventanales verdes, hechos de una tela un poco tosca y pesada. También verdes. El suelo del salón, era el único sitio de toda la casa, en la que había moqueta. También de color verde, como los cortinones y los ventanales pero en un tono mucho más claro. Los techos eran muy altos y con una escayola un tanto extravagante. La puerta del salón era doble y muy biselada. Como todas las puertas de esa casa. Lo impresionante de asomarse en esos ventanales, era ver el acantilado en el que estábamos subidas. Donde era todo un espectáculo, era en la cuarta planta. En el ático. Desde allí arriba ver el mar, era un lujazo. Sobre todo en un día como ese, que había muchísimo oleaje.

Al salir del salón, a cada lado de la puerta, tenían dos plantas altísimas y muy bonitas. Frente a la puerta, estaba la escalera de madera, que servía de acceso a las plantas superiores. También como los suelos, llevaba más de dos décadas sin arreglar. Entre la escalera y la puerta del salón había un cuarto de baño pequeñito, recién decorado con baldosas y muebles muy rústicos. Más hacia delante, estaba la cocina que también era enorme, con fogones muy antiguos, y la cocina de leña de toda la vida. Desde allí, se accedía al comedor. Lleno de cuadros y una mesa enorme y antigua, en el centro de la habitación con doce sillas alrededor de ella. Al fondo estaba el ventanal con su correspondiente cortinón tosco y verde. En la pared derecha de la habitación, había una alacena preciosa de madera.

Cogimos las maletas y subimos arriba para instalarnos. En esa planta, solamente había habitaciones. Era un pasillo que cruzaba la planta de lado a lado, con la escalera en el medio. Frente a la escalera, seguía la otra para poder acceder a la siguiente planta. A la derecha del pasillo había dos puertas de dos habitaciones. Allí nos alojaríamos Tania y yo. Una en cada una. Al otro lado de la escalera y pasillo, había dos puertas más. Una la de Paula. La otra era la de los padres. Al fondo a la izquierda, al lado de la habitación de los padres, un cuarto de baño completo. También estaba recién decorado. Igual que el de la planta baja. El pasillo era muy ancho. Con cuadros, muebles antiguos y ventanales, a lo largo de todo el recorrido. Y una alfombra que lo cubría de un lado a otro. Las habitaciones de Paula, Tania y mía, eran exactamente iguales. Las tres con camas gemelas. Un ventanal en cada una con sus cortinones toscos y verdes. Edredones blancos y esponjosos con muchos cojines. Una alfombra blanca y cuadrada a cada lado de las camas. Los muebles eran nuevos. De un estilo rústico. Unos espejos ovalados y muy largos, colgados de la pared, frente a las camas gemelas. Las tres habitaciones exactamente iguales. Lo que las diferenciaba, era que en la habitación de Paula, tenía sus cosas. En las nuestras, las figuritas de adorno. Los típicos para los cuartos de los invitados.

Al terminar de deshacer las maletas, me di una ducha. Al acabar me encontré con Paula en el pasillo, y a mí me apetecía ver el resto de la casa.

– ¿Te importa si subo a las otras dos plantas para terminar de ver la casa?

– Claro que no. Sube y mira lo que quieras. Aunque te aviso, que en esta planta de aquí arriba está completamente vacía. Para subir a la siguiente tienes que ir hasta el final de pasillo a la izquierda, que es donde están las escaleras. Ya las verás tu misma. La última planta es el ático. No hay nada más que trastos viejos. Pero unas vista muy buenas.

– Vale. Gracias Paula. Estas casas me encantan.

– Tú sube, que yo voy ahora mismo. Ya verás que vistas hay desde el ático. El mar parece todavía más grande. Voy a buscar a Tania y subimos.

-Os espero arriba.

Y eso fue lo que hice. Subí. Efectivamente, la tercera planta estaba completamente vacía. Solo el andar por las habitaciones, hacía eco. La verdad que daba muchísima impresión. Estar en una planta tan grande como un piso en el centro de la ciudad. Completamente vacío. Y a esas horas ya no entraba luz de la calle. Ya era de noche, y el mar solamente se le podía oír. Se oía el fuerte oleaje que chocaba contra las rocas. Se le ponía a una los pelos de punta. Fui al final del pasillo y subí. Quería ver el paisaje desde allí arriba, pero lógicamente era imposible. Ya era completamente de noche. Oí pisadas en las escaleras.

– Tania, ¿qué estabas haciendo que tardabas tanto?

No me contestaba nadie. Asomé la cabeza por el hueco de la escalera. Las luces que dejé encendidas en la tercera planta, estaban apagadas. Me estaba empezando a asustar. Y encima, allí arriba, con tantos bultos. Tapados con plásticos y sabanas viejas.

– ¡Tania, Paula! ¿Dónde estáis?

Yo las llamaba, pero no me contestaban. Tampoco me atrevía a bajar. En este instante, mi estrés y mi angustia, crecían por momentos. No sabía que hacer. La luz de la tercera planta la dejé encendida. Allí no había subido nadie para apagarla. Los plomos no podían ser. Estaría toda la casa a oscuras. Yo seguía descartando lo lógico. Entonces, ¿Quién o cómo se apagó esa luz? También había oído subir a alguien por la escalera. Allí no había nadie. Estaba yo sola. Las volví a llamar:

– ¡¡Taniaaa…, Paulaaa…!! ¿Me oís?

Seguía sin contestarme nadie. Entonces, o bajaba de allí, o me quedaba a pasar la noche entre tantos bultos tapados de mala manera. Me dirigí hacia la escalera, y lo primero que hice fue agarrarme a la barandilla y mirar hacia abajo. Un poco estúpido, puesto que estaba completamente a oscuras. Sabía que el interruptor estaba al pie de la escalera a la derecha. Solo me quedaba bajar los escalones. Respiré hondo y baje como una insolación. Al llegar abajo, rápidamente estire el brazo hacia el interruptor y encendí la luz. Todo estaba normal. Hasta que… Alguien subía por la escalera. Subían de la segunda planta. Sentí un poco de alivio pensando que estas dos ya venían.

– ¿Dónde os habíais metido? No me puedo creer que no me hayáis oído llamaros.

No eran ellas. Era una parejita de gemelos de unos cuatro años. Subían corriendo. Iban los dos vestidos igual. La verdad que me extrañó muchísimo el verles allí. No oí en ningún momento que llamasen a la puerta.

– ¿Y vosotros dos de donde habéis salido?

– Nos ha abierto la puerta Paula. Venimos aquí todos los fines de semana.

– ¿Y vuestros padres?

Los dos se miraron y se empezaron a reír. Empezaron a correr por toda la planta vacía, hasta que uno de ellos me contestó:

– Tenemos una casa cerquita de esta. Siempre tiene flores. Nuestros padres no están.

Me hizo, mucha gracia. Pensaba que me estaban tomando el pelo.

– Bueno, dadme la mano los dos y vamos abajo.

Vinieron los dos y me cogieron de la mano. Bajamos las escaleras hacia la segunda planta. Ellos iban cantando y saltando escalón a escalón. Llegamos a la segunda planta y seguimos bajando hacia la planta baja. Cuando ya estábamos bajando los últimos escalones, los gemelos echaron a correr hacia abajo, y desaparecieron. Yo no les hice mucho caso, porque se irían con sus padres que estarían en el salón. Al llegar abajo veo entrar en casa a Tania y a Paula. Me extraño muchísimo. Los niños salieron corriendo y no sabía a dónde. Los padres solos en el salón, no podían estar.

– ¿Dónde estabais? Me he vuelto loca. Os estaba esperando arriba en el ático. No hacía más que llamaros y no me contestabais.

– Perdona Ane. Pero es que hemos salido un momento al invernadero, para hacer una ensalada en la cena. ¿Hemos tardado mucho?

– No Paula. Y los padres de los niños, ¿Dónde están? No he oído la puerta.

Tania y Paula se miraron muy extrañadas. Hicieron el gesto de mirar por la escalera, hacia el salón y la cocina. Tania me preguntaba con la cara de sorpresa que solo ella sabe poner. Frunciendo el ceño, arrugando la nariz, y poniendo la boca en forma de dibujo animado. Como si le hubiesen dado un susto.

– ¿Qué niños Ane? Si aquí no ha venido nadie. No han llamado a la puerta.

– Pues los niños me han dicho que Paula les ha abierto la puerta. Han subido hasta la tercera planta. Allí me los he encontrado.

La cara de Paula era todo un poema. No sabía de qué le estaba hablando y toda convencida, decía que allí no había entrado nadie más que nosotras.

– Pero si aquí no ha entrado nadie más Ane.

– Bueno yo no se si me estáis tomando el pelo las dos. Pero menudas piezas que son los gemelos, jajajaja.

A Paula se le transformó la cara. Se fue corriendo a la cocina. Tania y yo detrás de ella. Se quedó pegada al ventanal de la cocina. La respiración se le agitó. Después como una loca buscando en todos los armarios y cajones, cajas de tilas y valerianas. Mi hermana y yo no entendíamos nada. Yo me rascaba la cabeza, en un gesto de no entender lo que hacía. Tania, movimiento que hacía Paula, movimiento que hacía ella detrás. Paula me miró. Tenía la cara desencajada.

– ¿Te dijeron de donde eran? No sé. Algo que te hayan dicho. Lo que sea.

Pensé que se había vuelto loca. No sabía que decirle. Me limite a contarle las cuatro frases que me dijeron los dos enanos.

– Lo que me han dicho es, que tu les abriste la puerta. También que tienen una casa aquí cerca. Con muchas flores.- La cara de Paula, por momento empalidecía- Y al decirles que donde estaban sus padres, me han contestado que no estaban. Nada más Paula. ¿Qué te pasa?

– ¿Qué me pasa? Pues pasa, que esa casa lleva vacía tres años. Solo vienen cada temporada a cambiar las flores y a arreglar el jardín. Me pasa, que los niños tenían razón. Los padres, no están aquí. Me pasa, que hace tres años, esos niños estaban jugando aquí al lado. Les gustaba muchísimo jugar con una pelota roja que tenían. Hace tres años, yo estaba con ellos y con sus padres.- Tania y yo cada vez entendíamos menos lo que nos quería decir.- Estaban casi en la orilla del acantilado. Raúl sin querer empujó a Alex. Alex tropezó. Cayó por el precipicio. Raúl se asusto. Saltó tras él. Quería ayudar a su hermano. Los gemelos se mataron. Sus padres y yo, corrimos. Corrimos. Corrimos mucho. Ellos fueron más rápidos que nosotros.

Nosotras no dábamos crédito a lo que estábamos oyendo. ¿Pero cómo pude verles? ¡Si estuvieron conmigo! Hablaron conmigo… y ¡Los dos me dieron la mano!

– ¡No puede ser lo que me estás diciendo Paula! ¿Me acabas de decir que les he dado la mano a dos niños que están muertos? ¿Es eso lo que me dices?

– ¡Y yo que se! Lo único que se, es que los gemelos murieron ¿vale?, ¡solo se eso! Los dos cayeron por el acantilado… Yo lo vi … No puede ser…. No puede ser…

Tania en un intento de que no enloqueciésemos, siguió buscando como una loca la caja de valerianas y las tilas. Estaba tan nerviosa que miraba hasta tres veces en el mismo cajón. Resulta, que Paula, ya las había puesto encima de la mesa. Ni nos dimos cuenta. Ni tan siquiera ella. Oímos un ruido. Venía del salón. Paula y Tania chillaban como locas. Se oían unas pisadas. Se paraban. De repente, se oía correr a alguien. Yo tenía los ojos como platos. No era capaz de moverme. Algo teníamos que hacer. No sabíamos si alguien había entrado en casa. O lo que las tres nos temíamos. Los gemelos…

Decidimos salir para ver qué pasaba. En lo que no nos poníamos de acuerdo, era, en quien iba delante. Al final salí yo la primera. Tania y Paula, detrás de mí. Nos pusimos delante de la puerta de la cocina. Ya solo nos quedaba animarnos, y dar unos cuantos pasos más hasta llegar al salón. A mitad de camino, cogí una figura alargada de cobre. Estaba en una cómoda junto a la pared al lado de la escalera. Según íbamos avanzando, las otras dos se me pegaban más, y yo iba agarrando con más fuerza la figura. De nuevo los pasos. Estaban en el salón. Al llegar frente a la puerta del salón, nos detuvimos. Las tres histéricas, no nos atrevíamos a entrar. Dejamos de oír los pasos. Nos quedamos las tres inmóviles, y mirando fijamente a la puerta. La puerta se comenzó a abrir. Levanté la figura de cobre, agarrándola fuertemente. Oímos unas risas infantiles. Decidí empujar la puerta con el pié. Allí estaban los dos. En el centro del salón. De espaldas a nosotras. Paula y Tania se tapaban la boca la una a la otra, para no chillar. Bajé los brazos con la figura de cobre. Yo les miraba. Me parecía imposible, que estuviesen muertos. Yo los veía. Las tres los estábamos viendo. Eran reales. Uno de ellos se giró con la cabeza agachada. Después el otro. Vimos como se iban acercando a nosotras. Retrocedimos unos cuantos pasos hacia tras. Ya taquicárdicas, por no saber el que hacer, solo dábamos pasos lentos hacia atrás. De repente cuando ya estaban casi en la puerta del salón, levantaron la cabeza los dos a la vez. Estaban muy pálidos. Nos dimos cuenta que los ojos los tenían completamente blancos. Comenzamos a chillar como locas, y nos dispusimos a correr las tres. En ese mismo instante desaparecieron.

Nos fuimos corriendo al mueble donde cogí la figura. Allí estaba el teléfono. Marcamos el teléfono de casa de Paula. Tania cortó la llamada. Paula se enfadó.

– ¿Por qué narices has hecho eso? Déjame llamar para que nos saquen de aquí.

– ¿Y qué les vas a decir? Que has visto dos fantasmas ¿no? Y encima tú diles, que eran los fantasmas de los gemelos. Claro que van a venir. Pero con el control antidoping en la mano. Sería la primera y última vez que nos dejasen unas horas solas. Tanto tus padres como los nuestros.

– Tania tiene razón, Paula. Pienso que no deberíamos decirles nada. Además ya son las tres de la madrugada. No vas a llamar a estas horas. Además solo quedan unas horas para que amanezca.

– ¿ Y si vuelven a aparecer, Ane? Dime tú que hacemos.

Agarre a las dos del brazo y las dirigí a la cocina.

– Bueno, vamos a tranquilizarnos un poquito. Ahora nos tomamos una tila con tres o cuatro bolsitas en cada taza, y sin separarnos las tres para nada, subimos a una de las habitaciones. Cerramos con pestillo para quedarnos más tranquilas, e intentamos descansar un poco ¿vale?

Estaban como aleladas. No reaccionaban. La verdad que ninguna de las tres. En un momento acabamos con la caja de las tilas. Mientras las tomábamos intentábamos hablar de otra cosa. Al terminar, metimos las tazas en el fregadero, y salimos de la cocina para subir a la habitación de Paula. Íbamos encogidas y agarradas. Queríamos mirar a todas partes para ver si había algo, pero tampoco nos atrevíamos. Así que subimos corriendo las escaleras y nos metimos lanzadas en la habitación. Cerramos la puerta con pestillo. Parecía que nos habíamos relajado un poco más.

Juntamos las dos camas gemelas para hacerla una. Sin deshacer las camas nos tumbamos sobre ellas y Paula saco mantas del armario para taparnos. Nos quedamos las tres en silencio. Sin hablar. El oleaje era fortísimo. Se oía una y otra vez, a las olas estrellarse contra las rocas. Echamos los cortinones, porque no queríamos ver ningún reflejo en los cristales. Y con la luz encendida nos quedamos dormidas.

Las nueve de la mañana. Entraba la luz entre la unión de los dos cortinones. Tania fue la primera en despertarse.

– Chicas. Ya es de día. Voy a abrir los cortinones.

Saltó por encima de las dos, y se fue hasta el ventanal. Los rayos de sol, cuando las nubes se lo permitían, entraban tímidamente a través de los cristales.

– ¿A qué hora llegan tus padres?

– Creo que a eso de las once Tania.

Me levanté de las camas y retiré las mantas. En un momento pusimos todo en su estado normal. Tania y yo teníamos que salir de la habitación, para ducharnos y cambiarnos de ropa.

– Espérame Ane. Voy contigo. Abre la puerta con cuidado. ¡Por favor! Que no estén ahí fuera.

– A ver, tranquila. Salimos y vamos directas. Primero a tu habitación y luego a la mía.

– Vale, pero ten cuidado al abrir. ¿Y tu Paula? ¿Vienes para no quedarte sola?

– No tranquilas. Llegó el día, se fue el miedo.

Soltamos una carcajada las tres y mi hermana y yo le dimos la razón. Salimos de la habitación con más tranquilidad. Yo fui a mi habitación y Tania a la suya. Eran las once y ya nos habíamos duchado, cambiado de ropa y desayunado. La casa estaba completamente en calma. Oímos como llamaban a la puerta. Fuimos las tres a ver quien era. Al abrir la puerta, no había nadie. Cerramos la puerta. Al girarnos, vimos como los gemelos corrían escalera arriba. Subían riéndose. Notamos como en el piso de arriba, pataleaban y corrían de un lado a otro.

– ¡¡Vámonos de esta casa!! ¡¡Yo no puedo quedarme aquí como si
nada!!

– ¿Y a donde quieres ir Paula? La única solución que nos queda, es esperar fuera hasta que lleguen tus padres. Pero, ¿Qué solucionamos con eso? Cuando lleguen, tendremos que entrar otra vez. Esto tiene que tener alguna solución.

Al decir la palabra mágica, SOLUCIÓN, ya no se oía ningún ruido.
De pronto aparecieron en la escalera. Bajaban los dos muy despacito y agarrados de la mano. Tenían la sonrisa pilla en la cara. Esta vez se les veía como a dos niños normales. Tania y Paula, ya querían echar a correr. Las tuve que detener, porque sino, eso no acabaría nunca. Yo les miré, y con ese aspecto no me daban miedo. No era el aspecto que nos mostraron anoche. Sentí mucha pena por ellos.

Siguieron bajando, hasta que se pusieron frente a nosotras. Nos miraron. Estaban con el dedo índice, apoyado sobre el labio inferior. Me agaché y les pregunte.

– ¿Qué estáis buscando? A mí me lo podéis contar.

– A ti no. A Paula. Se lo queremos decir a Paula.

Paula tenía los ojos encarnados. No quería acercarse a ellos. No paraba de llorar. Me dirigí a ella. Le quise hacer ver, que no pasaba nada. Que eran sus gemelitos de siempre. Raúl y Alex. Solo querían decirle algo a ella, y se acabaría todo. Parece que conseguí convencerla. Se seco las lágrimas con las muñecas y se agachó.

– Bueno canijos, ¿Qué es lo que me queréis decir?

– Nuestros juguetes. Tú tienes nuestros juguetes.

– A ver Raúl, dime que juguetes son esos que os los doy ahora mismo.

A los dos enanos se les cambió la cara y apareció una gran sonrisa en sus caras. Con los deditos, señalaron hacia arriba.

– Nuestra pelota goja Paula. Y tamién tienes el molino de Alex.

A Tania y a mí se nos caían las lágrimas. Nos daban muchísima pena. Solo querían sus juguetes.

_ Vale canijillos. Ahora mismo cojo vuestros juguetes. Queréis que os los ponga en vuestro jardín. Los dos a dúo empezaron a saltar y a dar palmadas.

– ¡Siiii… allí, allí!

En ese momento, se dieron la mano y se empezaron a desvanecer delante de nosotras.
Paula subió como una insolación a su habitación. Subía llorando. Empezó a sacar todas las cosas de su armario, hasta que dio con los juguetes de Raúl y Alex. Se quedo un instante de rodillas frente al armario, llorando con la pelota entre los brazos. Se levantó, y cogió el molino que lo tenía adornando la pared. Bajó despacito por la escalera, con los juguetes entre los brazos. Estaba cabizbaja y con los ojos enrojecidos e hinchados.

– Venga. Vamos a dejar esto en su sitio, y acabemos.

Tania y yo no dijimos nada, y la acompañamos a dejar los juguetes en su sitio. Al volver a la casa, llegaban los Padres de Paula en el coche. Paula, al verles, se puso sus gafas de sol, para disimular el enrojecimiento de los ojos.

Al llegar a la puerta de la casa, estaban los padres de Paula sacando las maletas del coche.

– ¡Hombre, las tres fieras! ¿Qué tal hemos pasado la noche?

– Bien papá. Ha sido entretenida. Había mucho oleaje. Mamá, ¿te importaría hacer para la hora de la comida, una lasaña grandota?

– Jajajaja, bueno…, vale. Dame tiempo a que saque las cosas de la bolsa, y me pongo a hacerla.

– Gracias mamá. Vamos a estar un rato aquí fuera y entramos enseguida.

Sus padres entraron a la casa. Nosotras nos quedamos fuera. Al lado del acantilado, sentadas. Nos quedamos centradas mirando al mar. Completamente relajadas. Tania rodeó con el brazo los hombros de Paula.

– Ahora ya sabes que están bien Paula. Has hecho lo que tenias que hacer.

– Gracias, Tania.

Nos quedamos otra vez calladas. Mirando al frente. Al relajante mar.

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