Eran las ocho y media de la tarde y había concluido la jornada de visitas en el Palacio de Lonotza. Salieron todos los visitantes y después comenzaron a desfilar los empleados, en la justa hora que nosotros entrabamos para hacer nuestra ruta de vigilancia. Así que mis dos compañeros y yo después de habernos puesto los uniformes en el sótano que es donde estaban los vestuarios de los empleados, subimos a la planta baja y salimos a despedir a nuestros compañeros a la verja para después cerrarla.
Una vez cerrada, nos dimos media vuelta por el camino de piedras con jardín a los lados con sus enormes robles y nogales. Aitor y yo íbamos hablando sobre la noche que teníamos por delante haciendo la vigilancia en el Palacio de Lonotza.
Decía que si no fuese por las cámaras de vigilancia se metía en una de las tantísimas habitaciones que tiene el palacio para dormir como dios manda y comenzó a reír a carcajadas. Me dio por mirar hacia arriba y vi como una de las luces de la tercera planta de la zona centro sobre la entrada del palacio se apagaba.
– Mira Aitor… hoy nos va a tocar hacer también de electricistas. Se ha ido la luz del salón de los trajes. Vete corriendo, no vaya a ser que te quiten el Pijama de Otilio… jajajajaja…
– Bueno con calma que acabamos de entrar... ¿Y eso? Mira Meñatz. Ya no nos llama el pluriempleo. A vuelto la luz al salón de trajes. Pero habrá que ir a echar un vistazo.
– Si, vamos en un momento. Vamos primero al cuarto de cámaras a ver si se ve algo por los monitores y subimos.
– Vale.
Aún así íbamos con muchísima calma. Subimos los seis largos peldaños blancos hasta la puerta y entramos dentro. Cerramos el gran portón de madera blanca con un biselado de muchas firigranas. En aquella época de 1715 les gustaba muchísimo recargar todo. Y todo a mano… Eso si que eran artistas y no lo de ahora, que lo pasan por la maquina, le dicen al ordenador el dibujo que quieren y listo.
Entramos en el cuarto de cámaras que se encontraba a la izquierda de la entrada y en una estrecha puerta. Miramos los monitores y no se vio absolutamente nada. Todo estaba correcto y nada fuera de sitio. Las doscientas treinta cámaras que se repartían por todo el palacio permitían ver hasta el último rincón y los sensores de movimiento no detectaban nada extraño. Así que nos quedamos sentados un rato charlando en el cuarto de cámaras con la puerta abierta. No nos gustaba encerrarnos tanto dentro de ese sitio tan frio y tan… ¿antiguo? No sé, pero había algo que no nos gustaba y nos daba algo de grima. Que tonterías… ¿verdad? Con nuestras edades, jóvenes fuertes y saludables, y teniendo miedo de un sitio grande oscuro y frio. Y sobre todo…, antiguo… Después de todas las leyendas que envolvían al majestuoso palacio, eran para poner los pelos de punta a cualquiera.
Tan enorme casona, perteneció a la familia Ermekote. Familia noble de la época de pocas lindezas a la hora de actuar frente o contra los demás. Se dice que todo lo que poseían, no fue ganado limpiamente ni si quiera con su propio esfuerzo o sudor. Que tonterías… ¿Qué noble a sudado alguna vez para obtener algunas de sus posesiones sin haber sido por herencia o «donado» por el pueblo a la fuerza? Seamos realistas.
Vivian siete Ermekotes en ese palacio. Los abuelos paternos, los padres y los tres hijos, de los cuales dos eran chicos y una chica. La pequeña. El abuelo en su testamento dejó todo su legado a su hijo, con la condición de que en el día de mañana el cediese su legado a sus dos hijos varones, dejando así a un lado a su mujer y a su hija pequeña. No quería bajo ningún concepto que una mujer quedase con ninguna tierra ni con un mínimo céntimo suyo en el bolsillo, ya que las mujeres están solamente para servir al hombre y para procrear. Así que el padre accedió a tan aberrante petición solamente para no quedar desheredado. Para asegurarle un futuro a su hija, le concertó matrimonio con un rico heredero. Mientras tanto, fue vejada y humillada por toda su familia hasta por su propia abuela y su propia madre. Porque mientras estuviese en casa sin haberse casado con un buen marido, no era has que un engendro…, un estorbo que no valía para nada…
Al llegar el día de su boda concertada por todo lo alto, con invitados de la altísima alcurnia, Mirene que así se llamaba se suicidó. No pudo soportar semejante trato por parte de su familia y muchísimo menos contraer matrimonio y servir durante el resto de su vida a un hombre que no había visto en su vida.
El padre al encontrarse con el cadáver de su hija en la sacristía de la catedral, lo primero que hizo fue darle una fortísima patada en la tripa… Sentía ira… Su hija pequeña le había destrozado posiblemente el acuerdo económico más importante de su vida. Tras el enlace de los dos contrayentes, se unirían las dos familias para crear más fuerza y capital noble. Pero con su hija muerta, ya no había nada que hacer. Salió al altar de la catedral y muy enfadado y frustrado dijo en voz alta.
– Señores… Siento comunicarles que mi hija…, ha decidido…, acabar con su vida hace unos instantes. Por lo que este enlace no será posible realizarlo.
La gente se levantó de sus asientos y fueron vaciando la catedral con sorpresa y muchos cuchicheos. Pero lo más triste nadie se acercó para dar un pésame o dar una muestra de afecto por la joven que se acababa de suicidar dentro del templo santo. Si no había fiesta, cada uno a su mansión de vuelta. El padre seguía en el altar de pie, mirando como todo el mundo abandonaba el lugar y sus futuros suegros y futuro yerno pedían mil y una explicaciones sobre lo ocurrido. Tampoco se preocuparon por la joven y se fueron por donde vinieron después de unas cuantas amenazas. Sus hermanos por orden de su padre entraron a la sacristía a recoger el cuerpo de su hermana envuelto en la gran alfombra ensangrentada. La metieron en el coche de caballos como pudieron y dieron orden al chofer del carruaje, de que llevase el cuerpo a la colina y lo arrojase al rio de grandes profundidades que pasaba como una serpiente por su ladera.
Tres días después hicieron un paripé de funeral con una caja vacía sin cuerpo, pero no sin alma… Desde ese día la madre quedó trastocada porque estaba totalmente en contra de que arrojasen a su hija al rio, y lo que hizo fue sacar todos sus vestidos y trajes juveniles de la época. Mandó llevar a palacio ochenta y cinco maniquíes para colocar cada uno de los vestidos sobre ellos. Así pensaba ella que podría representar de alguna manera la ausencia de su hija.
Desde aquel día todo fue otra historia…
Meñatz y yo estábamos recordando la historia de la aristócrata familia y de todas las leyendas que se contaban después de haber fallecido la hija pequeña. Hubo un momento que dejamos por completo los monitores olvidados y estábamos más pendientes de la puerta que de nuestras responsabilidades y deberes.
– Aitor, ¡vamos al jardín que he visto a alguien corriendo entre los setos! ¡Maldita sea! ¡Alguien se ha colado dentro mientras nosotros nos estábamos haciendo el imbécil!
– Joder Meñatz…, no puede ser posible porque la alarma está conectada y las cámaras le seguirían.
– ¿Vamos a mirar o seguimos hablando mientras se meten dentro de este maldito palacio y saquean todo?
– Vale tío, venga coge la linterna y vamos.
Salimos corriendo del cuarto de cámaras y abrimos el portón para salir al exterior. Yo siempre decía que dos personas vigilando eran pocas para tanto terreno…
Encendí la linterna y señalé con la luz hacia los setos que vi donde alguien se escondía tras ellos. Aitor y yo fuimos andando poco a poco y no vimos nada. Dimos un buen rodeo a todo el paladio y miramos hasta debajo de la última hoja caída de alguno de los majestuosos árboles. Nada… No había nada… Ni nadie… Nos dimos por vencidos, fuimos a comprobar que la verja de entrada estaba bien cerrada, las cámaras enfocando a sus sitios y la alarma bien conectada. Volvimos a entrar. Decidimos hacer un recorrido por todas las plantas del palacio, rincón a rincón. Pasamos por el gran vestíbulo que era el distribuidor del resto de los rincones de la planta baja. La gigantesca cocina a la derecha con sus fogones de leña. Creo que mi apartamento tenía sus mismas dimensiones. Todo perfectamente conservado. Dentro de la cocina había una puerta al lado del ventanal blanco que daba a una despensa de considerables medidas. En sus baldas había simulaciones de conservas de aquellos años. Al otro lado del ventanal una puerta trasera para la entrada y salida del servicio al palacio. Sus habitaciones se hallaban en el sótano. Esas desaparecieron y actualmente son los vestuarios de los empleados y el cuarto de las basuras y limpieza. Saliendo de la cocina en medio del vestíbulo colgando del techo, una lámpara auténtica de cristales de bohemia. Demasiado ostentosa para mí gusto. Tantas molduras de escayola… mmm… no se, para aquella época estaría divinísimo pero la verdad… que era recargado, tosco y muy basto. Bajando la vista al suelo, se veía un mosaico hecho de baldosines haciendo la figura de un cisne con un interminable y estilizado cuello blanco. el resto del suelo era de mármol beige. En centro del vestíbulo frente a la entrada a Lonotza, se imponía una escalera de película de cine. Los cuatro primeros peldaños eran de mármol, en el mismo tono que el suelo. Parecían olas de mar haciendo de pedestal a la autentica escalera labrada a mano peldaño a peldaño que subía hasta la planta central. Con esa barandilla tan magnífica, artesana, elegante y sobre todo muy cara… como todo lo que había ahí… Daba miedo estornudar por si había que pagar los desperfectos de unas antigüedades que tenían pinta hasta de coger los virus humanos por su aspecto carísimo y delicado.
Al otro lado del vestíbulo había dos puertas dobles, altas y anchas. Blancas y muy brillantes. La primera puerta de la derecha era una especie de sala con chimenea, donde la familia recibían a sus invitados antes de pasar al comedor que se encontraba en la puerta de al lado. Esta sala tenía diversos sofás y butacones, la chimenea rinconera de mármol, y junto a ella una mesa con ruedillas. Esta mesa en su tiempo era la portadora de licores y copas para los invitados. Sobre la chimenea un cuadro de retrato de familia. A los únicos que se les veía sentados era a los abuelos. Los padres estaban detrás de pié y los hijos sentados en el suelo sutilmente a los pies de sus abuelos.
En el comedor que estaba contiguo a esta habitación había una mesa presidencial de seis metros con grandes candelabros de plata. Sobre ella lámparas de cristales de Bohemia, que en este caso eran replicas porque no se sabe qué pasó con las originales. Alrededor de la mesa, vigilaban incesantes cada uno de los antepasados de la familia, colgados de la pared en forma de retrato. Ese comedor tenía tres grandes ventanales blancos pero lo curioso es que no tenían ningún tipo de cortinas. Siempre celebraban cenas en vez de comidas, porque en la oscuridad encendían esas lámparas de velones grandes y blancos que iluminaban todo el comedor. Lo que pretendían era que, lo poco que se pudiese ver desde el otro lado de la verja del otro lado del jardín, dar ostento de su riqueza y poder. Detrás de la silla presidencial, había otra chimenea de mármol labrado beige.
Saliendo del comedor, se subía por la esplendorosa escalera protegida del suelo por sus exclusivas olas de mar y llegábamos a la planta central. De derecha a izquierda era todo un pasillo de unos tres metros de ancho y en todo su recorrido, había una galería de ventanales también blancos. Como los de toda la casa. El resto de las habitaciones eran dos despachos, uno del abuelo y otro del padre. Dos salas de estar y costura. Uno de la abuela y otro de la madre. Dos habitaciones de juego. Uno de los dos hermanos y el otro de la pobre Mirene. No la dejaban jugar con sus hermanos por ser una niña. Tres habitaciones de estudio. Uno para cada uno de los hermanos. Y un cuartito pequeño de costura para Mirene. Por un lado salía ganando la niña, porque era la que más espacios tenía en la casa. Entre habitación y habitación de costura, se encontraba la sala del té. Ahí se reunían la abuela y la madre con los tres niños todas las tardes para tomar el té y hacer revisión de lo bueno y malo que llevaban hecho hasta ese punto del día.
En la habitación más céntrica que era la sala de estudio de Mirene y dentro de ella se encontraba una puerta que comunicaba con la habitación contigua la cual era la sala de costura de ella misma, fue donde la madre sacó todos los vestidos de Mirene tras su fallecimiento. Todos colocados uno a uno sobre maniquíes de madera. Perfectamente colocados. Nadie los movió del sitio en todo ese tiempo, nada más que para introducirlos a cada uno en una urna individual y volverlos a colocar otra vez tal y como los puso su madre. Ochenta y cinco vestidos ni más ni menos, por lo que se pueden hacer una idea de las dimensiones de las dos habitaciones. Habitaciones de paredes tapizadas en un tono rosa claro con algunos detalles verticales de madera oscura tallada.
Aprovechamos para mirar las luces de la lámpara que también era imitación de la original y no parpadeaba ninguna. Probablemente sería alguna de las bombillas que estaría mal enroscada y haría mal la conexión. Miramos hasta el último rincón de la planta al igual que el de la baja y no había nada fuera de lo normal. Todo correcto. Salimos de nuevo al crujiente pasillo de madera, adornado con una alfombra turca confeccionada a mano. Cada vez hacía más frio dentro del maldito palacio. En esos instantes encendería una a una todas las chimeneas del lugar y entrar en calor. Aitor y yo subimos al próximo piso y tuvimos que sacar los guantes que complementaban los uniformes. El frio cada vez más insoportable. Las luces de emergencias curiosamente colocadas para no romper radicalmente con la estética del palacio comenzaron a fallar. Hasta que se apagaron todas las que nos íbamos topando por el camino.
– Joder tío, este sitio es una ruina. No sé quién sería el electricista encargado de la instalación pero no se mereció ni medio céntimo de lo cobrado. ¿Y porque narices no ponen una calefacción central aquí dentro? Cualquier día nos encuentran como dos estatuas de hielo.
– Es verdad. Estas luces son un fraude. Vamos al cuarto de control a ver qué narices falla. Pero desde luego que el frio… buuufff… Yo ya no siento ni las manos ni los pies y la nariz creo que se me va a caer de la cara en cualquier momento. Está completamente congelada e insensible.
– Espera Meñatz. Terminamos de una vez el recorrido por la tercera planta y el trastero ese de ahí arriba, y bajamos al cuarto de control. Entrar no han entrado porque estamos cerrados a cal y canto. No se han gastado ni un céntimo en calefacción pero en la recreación la puerta de la entrada y ponerla blindada con una cerradura que ni un búfalo la tiraría abajo. La alarma es de ultimísima generación. ¿Para qué nos querrán aquí si esto tiene la seguridad de un bunke?
– Va, venga Aitor. Deja de lloriquear. Vamos entonces a terminar el recorrido.
Después de una conversación de besugos, continuamos con nuestro cometido. Vigilar unas habitaciones, unas salas, unos pasillos… que gozaban de plena seguridad. La mayoría de los días, paseábamos por las instalaciones para no quedarnos dormidos y aburridos en el cuarto de vigilancia. Siempre las mismas cámaras y siempre las mismas imágenes. Cámaras que a su vez grababan a otras alarmas de movimiento en lugares estratégicos del palacio.
Llegamos a la tercera planta… Daba la sensación de estar a cinco grados centígrados y tirando por lo alto… Eso ya no era nada normal. Hacía muchísimo más frio en esa planta que en cualquier otro sitio del palacio e incluso que en la mismísima calle. Nos extrañó.
Ahí arriba estaban las habitaciones de toda la familia. La de los abuelos, los padres, los hijos y la de Mirene. Todas con su propio baño. Para aquella época toda una modernidad. Sus bañeras con patas donde entraban perfectamente tumbados en el centro del baño. El resto de mobiliario de aseo esparcido alrededor de las bañeras. También había un vestidor en cada una de las habitaciones del tamaño de dos habitaciones juntas de mi piso. Que frustrante… Una vez más, una habitación completa, era más grande que todo mi piso incluyéndole trastero y plaza de garaje. Realmente frustrante…
Fuimos entrando por todas las habitaciones, todas ellas imperiales y dignas de un rey. Ninguna era más insignificante que la otra. No encontramos nada. Como siempre. Todo en el sitio.
_ Eh tío…, debe de haber un ventanal abierto por algún sito. He notado una ráfaga de aire frio… Mira esa puerta… Se tambalea. Es en esa Habitación.
– Aitor. Es imposible que esté la ventana abierta porque ya hubiese sonado la alarma. Qué raro…
Nos dirigimos a la habitación. Era la de Mirene. La puerta del baño dio un portado en nuestras narices y comenzó a salir agua por debajo de la puerta…
– ¡Quien está ahí dentro! ¡¡Abra la puerta!! Aitor, ayúdame a abrir la puerta como sea…
Comenzamos a empujar la puerta con todas nuestras fuerzas y era imposible derribarla ni tan siquiera abrirla un poquito. Aitor estaba con la cara desencajada. Yo sabía por que…
– ¿Cómo es posible…? ¿Cómo es posible si no hay agua corriente? ¡Ni una triste tubería! No entiendo nada…
Le miré y no le contesté. Seguíamos empujando la puerta. Queríamos por todos los medios cerrar esa fuga de agua para que no perjudicase lo más mínimo las instalaciones. Lo que no sabíamos era como… Sin tuberías y sin grifería…
– Mira Aitor yo me voy abajo voy a mirar en las cámaras a ver que coño pasa. Tú intenta abrir la puerta como sea.
– Meñatz…, ¡Ya estás tardando! ¡Corre!
Bajé como una insolación. Lo primero que hice al llegar al cuarto de cámaras fue coger el teléfono para llamar a los bomberos, pero la línea no funcionaba… Los pelos se me estaban poniendo de punta. No entendía nada. Miré fijamente al monitor del baño en cuestión y no pasaba absolutamente nada de nada. No se reflejaba nada de lo sucedido. Solamente a Aitor al otro lado de la puerta intentando abrirla con todas sus fuerzas. Pero lo más extraño… Es que el agua no salía reflejada en la imagen. De pié junto a una de las sillas con la boca completamente abierta y agarrando con fuerza el respaldo de esta, comencé a recordar la leyenda…
Salí corriendo del cuarto de vigilancia y subí como alma que sigue el diablo hasta llegar a la habitación. Aitor consiguió abrir la puerta y no había nada de agua por el suelo… Como si ahí no hubiese pasado nada. Entré dentro del baño… y me encontré a Aitor frente a la bañera y temblando… Con los ojos tremendamente abiertos, inmóvil y con la cabeza agachada mirando a la bañera.
– Aitor… todo esto es muy raro… En las cámaras de vigilancia no se veía absolutamente nada y la línea de teléfono está cortada… y… ¿Qué te pasa? Me estás asustando…
– La bañera… La… bañera…
– ¡¡Quéee!! ¡¡Maldita sea, di algo!!
Hizo un último esfuerzo y consiguió dejarme petrificado.
– La bañera… estaba llena… Dejé de empujar la puerta – seguía con la mirada fija en la bañera e inmóvil- y se abrió sola. El agua desapareció y al entrar, vi la bañera completamente llena… Ella estaba dentro vestida… de… novia…
Un escalofrío me recorrió toda la espalda y los dos brazos.
– ¿Cómo que estaba ella ahí vestida de novia? ¿Qué…? ¡Dios santo…! No puede ser… No, no, no, no… Imposible…
Agarre a Aitor de un brazo y lo zarandeé para salir del baño. Cuando nos acercamos a la puerta. Se cerró. Nos quedamos completamente quietos frente a ella y como si de un tic se tratase nos dimos media vuelta dando la espalda a la puerta. La bañera comenzó a rebosar de agua y un reflejo se veía dentro de ella. Temblando y tartamudeando nos acercamos a ella.
– Mi.. ra…, Meñatz… ¿Lo ves?
Yo en ese momento solo asentía con la cabeza como los burros y según nos acercábamos cada vez más…, una cabeza salió disparada de la bañera… Nos miró y hasta articuló unas palabras.
– «Aquí debajo…»
He inmediatamente se sumergió de nuevo en el agua mientras desaparecía y el agua se secó como si nada. Los dos dimos un grito infernal. Teníamos la certeza que todo el deporte que hacíamos para mantenernos sanos más la dieta diaria, en ese momento no serviría de nada para sufrir un paro cardiaco. Nos miramos el uno al otro sin decir nada y yo me encogí de hombros. Fue lo más inteligente que se me ocurrió en ese momento.
– ¿Debajo de donde Meñatz?
Volví a encogerme de hombros.
– ¿Qué ha sido eso?
– Yo que se tío…, yo que se…
Miramos dentro de la bañera y no había nada. Nos agachamos los dos a la vez poniéndonos de rodillas y mirando debajo de la bañera.
– No entiendo el sentido de esta alfombra… ¡Vamos a tirar de ella! Bueno mejor dicho, vamos a mover la bañera para quitar la alfombra.
– Te has vuelto loco Aitor. ¿Sabes lo que nos puede pasar si nos pillan tocando algo? No lo quiero ni pensar. Nos iríamos directamente a la calle.
– Meñatz tío…, parece mentira…, nosotros somos los únicos que sabemos lo que pasa en esas películas de video de ahí abajo. Sabes perfectamente que se puede dar al rebobine y nadie se dará cuenta porque esto siempre a estado más muerto que muerto.
– Te agradecería que no pronunciases esa palabra, por favor… Tienes razón. Venga vamos a mover todo este tinglado a ver si sirve para algo.
Nos pusimos a mover ese armatroste de bañera con todo el respeto del mundo por lo que acababa de salir de ella y una vez retirada del sitio levantamos la alfombra que está debajo… Maderas de otro color y en dirección contraria al resto… Justamente la medida de la bañera… A mí se me empezó a acelerar el pulso y la respiración cada vez más agitada. Había una parte de mi me decía que eso lo teníamos que arrancar y mirar que había debajo. Por otro lado…, nos íbamos directamente a la calle si ahí no había nada de nada. Creo que ya después de todo, no sé si se debía a la vehemencia del momento pero eso había que arrancarlo si o si.
– ¿Estas pensando lo mismo que yo…?
-Buufff… , ya sé por dónde vas… Pero, ¡qué narices! ¡Vamos a ello! Total llevamos aquí una semana y mucho no tenemos que perder.
– Por eso mismo. Se ven separadas y no muy clavadas…, a lo mejor con las mismas manos…
Así que los dos de rodillas, uno a cada lado de esas maderas sospechosas, nos dispusimos a tirar de ellas con todas nuestras fuerzas para arrancarlas todas y ver si realmente había algo o si había sido producto de nuestra imaginación.
De repente ese trozo de tarima comenzó a temblar y empezó a salir vapor entre las separaciones de las maderas… Nos caímos de culo hacia atrás… Otra vez la voz.
– Aquí… Sacadme de una vez… por favor…
Nos lanzamos como si nos fuera la vida en ello contra las maderas y tirón a tirón conseguimos arrancarlas todas. ¿Qué era aquello? Yo no quería mirar… Dios mío… Una alfombra enroscada a lo largo con un bulto dentro…
– Venga tío…, ahora…, o nunca…
-Pues venga… Pilla tu de ahí Aitor. Agarra tu de ese lado que no agarro de este y lo sacamos. Que sea lo que Dios quiera…
Era un peso ligero, pero un olor fuerte a podrido. Estábamos tan excitados, que no atinábamos muy bien ni en lo que hacíamos ni en lo que decíamos. Dejamos el bulto sobre el suelo y lo fuimos desenroscando poco a poco… poco a poco…
¡¡Ahí estaba!! ¡¡Era Mirene!! A la pobre muchacha no la tiraron al rio como decían. La sepultaron en su propio baño. Era un saco de huesos metido dentro de un vestido de novia raido y mugriento y las zonas de la alfombra que había tocado su cuerpo aparecían cachos de piel y carne resecos y pegados…
– ¡Madre mía, madre mía…! ¿Y ahora que hacemos tío? Esto es muy fuerte Meñatz… A mí me va a dar algo tío…
De pronto se abrieron de par en par la puerta y el ventanal. Y frente a nosotros se formó una figura saliendo de aquel macabro esqueleto. Ya era completamente legible la figura… Era ella… Mirene… Era increíble, pero era una muchacha guapísima. Nos miraba y no dejaba de sonreír… Aún así por muy guapa y muy inocente que pareciese en ese momento, Aitor y yo nos quedamos empotrados contra la pared mirándola como ascendía. En cualquier momento íbamos a dejar de respirar… Nuestro corazón estaba a una milésima de segundo de salirse del sitio…
– «Gracias… Os protegeré… Graciasss…»
Salió por la ventana sin dejar de ascender y comprendimos que ayudamos a una pobre muchacha a descansar en paz dejando la agonía de una farsa y una leyenda mal construida atrás y olvidada para siempre.
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